Burton & Price
A menudo las grandes diferencias apartan a dos personas de forma irremediable. Pero, en otros casos, los pequeños puntos afines son los que logran unirlas, forjando entre ellas una amistad inquebrantable. En muchos aspectos, el distinguido actor Vincent Price, con su habitual porte aristocrático, y el enemigo acérrimo de los peines, el cineasta Tim Burton, que rara vez combina bien y con gusto sus calcetines, pudieran parecer seres antagónicos. Una amplia brecha generacional los separa en el tiempo y el espacio. Uno —Price— creció bajo la protección de una familia adinerada que lo colmó de toda clase de comodidades en la gran ciudad de San Luis, Misuri. Burton, por el contrario, tuvo unos orígenes mucho más humildes, criándose en un entorno residencial de clase media en la pequeña ciudad de Burbank, California. En lo referente a la formación académica también se aprecian notables distinciones. Vincent fue desde muy pequeño un verdadero apasionado de la pintura, y estudió Historia del Arte en la prestigiosa Universidad Yale para, más tarde, graduarse en Bellas Artes en el Courtauld Institute of Art de Londres. Tim, en cambio, no fue un chico muy aplicado en sus estudios, aunque también se interesó en la rama artística y obtuvo una beca para el California Institute of the Arts (CalArts) donde se formó como animador. Además de las artes pictóricas, Price dominaba el arte de la conversación y se mostraba siempre muy elocuente con sus amistades e invitados; todo lo contrario que Burton, parco en palabras y un poco desastre en lo que se refiere a terminar las frases.
No obstante, la profunda sensibilidad que ambos tenían hacia el arte y, por supuesto, su vínculo con el cine, el gusto por las macabras historias de Edgar Allan Poe y sus personajes atormentados (el actor declararía una vez al periódico The Guardian: «Siento una gran simpatía hacia esa clase de personas solitarias y meditabundas. Me resultan muy comprensibles, y también comprendo esa indefinible cualidad sureña y de Nueva Inglaterra que hay en Poe») sobrepasaba sin dificultad cualquier barrera impuesta por su marcada diferencia de edad, clase social y educación. Eso, y nada más, es lo verdaderamente importante. Gracias a todo aquello que los unía, mantuvieron una bonita y sincera relación de amistad que enriqueció sus vidas y sus carreras.
Burton y Price. Imagen promocional de Eduardo Manostijeras (1990). |
Vincent Price comienza a dar sus primeros pasos en la interpretación sobre las tablas de los escenarios londinenses, donde forma parte de la compañía Mercury Theatre de Orson Welles. Poco después, en 1936, prueba el dulce sabor del éxito interpretando al príncipe Alberto en la producción Victoria Regina, en Broadway. A partir de ese momento, las ofertas y contratos de los estudios de cine no se hacen esperar. Tras unos años trabajando para la Universal haciéndose cargo de pequeños papeles, en 1940, Price firma un contrato en exclusiva con Twentieth Century-Fox. Durante esta etapa coprotagoniza películas de mayor prestigio, habitualmente acompañado de Gene Tierney, como El renegado (Hudson’s Bay, Irving Pichel, 1941), Laura (ídem, Otto Preminger, 1944), Que el cielo la juzgue (Leave Her to Heaven, John M. Stahl, 1945) y El castillo de Dragonwyck (Dragonwyck, Joseph L. Mankiewicz, 1946). Su papel en esta última es muy reseñable debido a que se pueden apreciar las primeras señas de identidad asociadas comúnmente a muchos de los personajes que Vincent interpretaría con posterioridad en una larga serie de películas de terror: caballeros de alta alcurnia atormentados, recluidos en sus lujosas mansiones que ocultan un oscuro y terrible secreto de su pasado.
Vincent Price y Gene Tierney en El castillo de Dragonwyck (1946) |
Con el pasar de los años, el sistema tradicional de estudios hollywoodiense termina cayendo por su propio peso, y el vasto imperio que antes era gobernado por una minoría de peces gordos acaba en manos de las pequeñas compañías independientes. La AIP (American International Pictures) se encarga de renovar la imagen de Vincent Price para presentarlo a una nueva generación de espectadores por medio de una serie de películas de terror de bajo presupuesto. Las mejores y más populares pertenecen a un ciclo de adaptaciones de los cuentos de Edgar Allan Poe dirigidas por Roger Corman. Son películas baratas pero rentables, y definen para siempre la imagen del Sr. Price como nuevo Maestro de lo Macabro. Tomado en serio o en broma, llevará con orgullo, y hasta el fin de sus días, la marca indeleble que lo identifica como una de las caras más reconocidas del género de terror, tal y como ocurre con sus colegas Peter Lorre, Boris Karloff, Christopher Lee o Peter Cushing.
El niño que idolatraba a Vincent Price
Años 70. Nos situamos en el núcleo de un tranquilo barrio residencial para familias de clase media ubicado en la soleada Burbank, California. Una mañana, sin saber por qué, un joven Tim Burton se despierta y observa con asombro a sus padres, Bill y Jean, que se hallan ocupados tapiando las ventanas de su dormitorio. Es como verse a sí mismo en la piel de aquellos desdichados personajes de los cuentos macabros de Poe. Ladrillo a ladrillo la oscuridad se apodera del habitáculo, de la misma manera en que la víctima de alguna de esas truculentas historias yace impotente en su propia tumba siendo testigo de cómo la fatalidad se cierne sobre ella mientras la entierran viva. De los dos grandes ventanales que iluminaban generosamente la estancia solo queda ahora una pequeña rendija, un ventanuco, al que Tim alcanza a asomarse, no sin antes poner los pies sobre la mesa, para ver parte de su jardín y las clónicas casas de sus vecinos enfrentadas entre sí a ambos lados de la calle.1 A decir verdad, no hay mucho que lamentar. Desde allí solo se atisba la monotonía perenne e invariable del más puro American way of life. Casi que mejor.
«Crecer en una urbanización es como crecer en un lugar donde no hay sentido de la historia, ni sentido de la cultura, ni sentido de la pasión por nada. Nunca tuve la sensación de que a la gente le gustara la música. Nadie mostraba la menor emoción. Era muy extraño».
Tim Burton
Burbank es un lugar estéril que escapa a su comprensión. Dicho de una forma simple: no encaja. No es de extrañar que a menudo se refugie al amparo de la fantasía. Casualmente, disfruta de los horripilantes relatos de Poe y, en su imaginación, suele rebasar las fronteras de la realidad con bizarras aventuras de viajes interestelares e invasiones alienígenas. Sueña con escenarios sacados de las películas de ciencia ficción que dan por la tele. Porque, eso sí, a Tim no le gusta leer. Ni pizca. Y este desapego hacia la lectura lo seguirá arrastrando hasta su edad adulta. Ni siquiera lee cómics como hacen sus amigos y compañeros de clase.2 Y, para qué mentir, tampoco le sobran los amigos. Es por eso que ocupa la mayor parte del tiempo solo, dibujando cosas extrañas y filmando cortometrajes —aún más extraños— con su cámara Súper 8, los cuales presenta como deberes en el colegio. También le encanta ir al cine. Las películas son su salvavidas. Allá afuera el mundo podría arder en llamas y reducirse a cenizas, que no sería demasiado grave mientras nada le impidiera pasar una tarde en una sala de cine o viendo reposiciones de películas clásicas en la televisión. El cine alimenta todas sus fantasías y creaciones, y amplía su ya de por sí desarrollada imaginación.
Su vida allí en Burbank, condicionada por las particularidades de aquel entorno residencial de la Costa Oeste, con sus cielos claros, nubes esponjosas y viviendas unifamiliares con jardín, resulta, paradójicamente, bastante gris. Pero gracias a las eclécticas sesiones triples de los sábados por la tarde en el Avalon, el joven Burton halla un resquicio por donde evadirse del mundo real —aunque a sus ojos, tan artificial, como de casa de muñecas—, y adentrarse en tétricos y neblinosos bosques que conducen a gigantescos castillos encantados habitados por seres de ultratumba. Aquellos escenarios de cartón piedra, para él, resultan más reales que Burbank. Ay, y cómo disfruta de esas películas de monstruos, y de las producciones de serie B dirigidas por Roger Corman que adaptan esas historias de Edgar Allan Poe. Películas como La caída de la casa Usher (House of Usher, 1960), El cuervo (The Raven, 1963) y La máscara de la muerte roja (The Masque of the Red Death, 1964), todas ellas protagonizadas por el legendario Vincent Price.
Vincent Price en La caída de la casa Usher (1960) |
«Iba a ver casi todas las películas de monstruos, pero eran las de Vincent Price las que, por alguna razón, me llegaban de forma más directa. Vincent Price era alguien con quien podía identificarme. […] Y aquellas películas, su sola poesía y ese personaje más grande que la vida, que pasa por un montón de sufrimientos (la mayor parte, imaginados), me llegaban a mí de la misma forma que Gary Cooper o John Wayne habían llegado a otros».
Tim Burton
El alboroto de la chavalería concluye con la puesta en marcha del proyector. Las bobinas hacen girar la película a 24 fotogramas por segundo y un haz de luz proyecta sobre una gran pantalla un lúgubre paisaje boscoso. Se ve a un hombre que atraviesa la bruma a lomos de un caballo negro y se dirige hacia las proximidades de una derruida mansión.3 Nadie ha avisado al anciano sirviente de que recibirían visita aquella noche, pero abre la puerta e invita al caballero a pasar. En el interior aguardan retratos de antepasados muertos hace largos años. El sirviente acompaña al caballero al segundo piso… De repente, y ante el asombro de todos los presentes, la puerta de una de las habitaciones se abre de golpe y un rostro emerge. Allí estaba él… Vincent Price. Tim se ha asegurado una butaca justo en el centro del teatro y, mientras se encuentra completamente absorto por lo que ve en pantalla, una amplia sonrisa comienza a dibujarse en su rostro. Con su sola presencia conseguía cautivarlo.
En este momento, bien al otro lado de la pantalla o acomodado en la sala de estar de su residencia en Los Ángeles, el Sr. Price no lo sabe aún, pero en unos pocos años contribuirá a lanzar la carrera de aquel sonriente joven como cineasta en Hollywood, terminarán siendo íntimos amigos y mantendrán una estrecha relación —personal y profesionalmente—, como si de unos votos nupciales se tratara, hasta que la muerte los separe.
Sus primeras películas: Vincent y Hansel and Gretel
Años 80. Departamento de Animación en los estudios Disney. Tim Burton trabaja sin descanso como animador y artista conceptual en diversos proyectos que acaban siendo desechados. Más tarde, ocupará un asiento en las filas de animadores de Tod y Toby (The Fox and the Hound, Art Stevens, Ted Berman, Richard Rich, 1981). Los encantadores zorritos de Disney se le resisten sobremanera; no consigue imitar el estilo dulce marca de la casa y sus dibujos los muestran como si «los hubieran atropellado en la carretera». Durante los primeros años en la compañía, Burton se siente muy deprimido. Sin embargo, la situación mejora cuando, al fin, consigue convencer a la ejecutiva Julie Hickson y a Tom Wilhite, director de Desarrollo Creativo, para financiar, por unos 60 000 dólares, un proyecto personal en el que había estado trabajando. Dicho proyecto era Vincent (ídem, 1982), un corto animado en stop motion que cuenta la historia de Vincent Malloy, un niño de siete años algo perturbado que cree ser Vincent Price. Lidiando con las situaciones banales de su día a día, Vincent se imagina a sí mismo en una serie de escenas inspiradas por las películas de Vincent Price y Edgar Allan Poe. Es un proyecto muy personal donde Burton vuelca muchos de sus recuerdos y emociones de su infancia. ¿Pero no sería estupendo que el mismísimo Vincent Price quisiera colaborar en el proyecto? Nervioso hasta la náusea y sin saber qué podría responder (temiendo que una estrella de su calibre decidiera mandarle a la mierda a un novato como él), Burton respira profundamente y sin pensarlo más tiempo envía un storyboard al señor Price. Vale la pena intentarlo. Una vez hecho, se limita a esperar la ansiada respuesta, si es que llega.
El día no puede comenzar de mejor manera. Qué digo, es un sueño del que espera no despertar, como diría Poe, «nunca más». Vincent Price acepta encantado a participar en la narración del corto. No ve el proyecto como un mero homenaje superficial a su figura; consigue conectar con las emociones que Burton intenta transmitir y se involucra en su realización desde el primer momento. «Quedé tan impresionado por el encanto amateur de Tim. Y digo amateur en el sentido francés del término, enamorado de algo. Tim estaba enamorado del medio, y dedicado a él», declararía Vincent años más tarde. Burton descubre, entusiasmado, que su héroe en la gran pantalla es también una encantadora persona fuera de ella.
«Escribí Vincent como un texto literario acompañado de dibujos. Yo nunca había estado con él [Vincent Price] y su reacción fue maravillosa. Después seguimos en contacto y fue cuando le propuse que fuera el inventor de Edward [en Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, 1990)]».
Tim Burton
Fotografías tomadas durante la producción de Vincent (1982) |
Durante la filmación, en ningún momento se cae en la tentación de calcar planos de otras películas a modo de homenaje, sino que, debido a la influencia que han ejercido en Tim las películas de terror protagonizadas por Vincent Price, capta la esencia de las mismas, rescata muchos de los escenarios y elementos comunes apreciables en ellas, y a la vez ofrece su propio punto de vista. Dos de los referentes más claros son Los crímenes del museo de cera (House of Wax, André De Toth, 1953) y El cuervo. La narración de Price resulta esplendorosa; la cadencia de las palabras y su portentoso timbre de voz acompañan los siniestros movimientos de las marionetas configurando una experiencia digna de la noche de brujas. Basta solo con escuchar la última frase, citando El cuervo de Poe, y enseguida se te pone el vello de punta. Las sesiones de grabación con Price no llevan más de una hora y tienen lugar en diciembre de 1981, antes de llevar a cabo la animación de las marionetas.
Al poco tiempo de finalizar Vincent (con la que Burton consigue excelentes críticas y premios en algunos festivales, como el Ottawa International Animation Festival o el Festival Internacional de Cine de Animación de Annecy), el director concibe en su mente una nueva historia sobre un ser esquelético de Halloweenland que secuestra a Santa Claus y roba la Navidad. La escribe como un poema ilustrado basándose en el poema Twas the Night before Christmas, de Clement Clarke Moore. Por supuesto, tiene muy claro con quién desea trabajar en este nuevo proyecto: «Cuando escribí el poema, mi idea era que lo narrara Vincent Price. Fue el inspirador general del proyecto, porque en principio lo iba a hacer con él como narrador, como una versión más extensa de Vincent. […] pensaba en hacer un cortometraje de unos veinte minutos con los personajes moviéndose sin hablar y una poesía leída de fondo. […] Pero en Disney no me apoyaron en aquel momento».4
La negativa del Estudio no lo derrumba y, de seguido, Burton se embarca en el proyecto que supone su primera experiencia con «actores» de carne y hueso; en realidad, todos los involucrados son prácticamente amateurs (actores no profesionales). Se trata del telefilm Hansel and Gretel (1983), una reinvención del popular cuento de los hermanos Grimm, de unos 45 minutos de duración, con un elenco íntegramente asiático y escenas de kung-fu. En esta ocasión, Price no tiene asignado ningún rol en la película, pero sí participa en su promoción con una breve introducción el día de su estreno.
29 de octubre de 1983. The Disney Channel emite en televisión Vincent y Hansel and Gretel como parte de un programa especial de Halloween. Justo antes de la emisión de Hansel and Gretel, Vincent Price aparece en pantalla —y la llena con su elegante presencia y su peculiar cadencia narrativa— para presentar la rocambolesca nueva versión del clásico cuento rodado por Tim Burton.
Vincent Price durante la introducción de Hansel and Gretel (1983) |
El estreno tiene lugar un sábado a las 22:30 horas y ambas películas vuelven a emitirse dos días después, en la noche de Halloween. Como es de esperar, a esas horas de la noche en un canal infantil, apenas nadie las presta atención (lo mismo hubiera dado si hubiesen sido emitidas en la madrugada) y quedan durante muchos años en el olvido más absoluto.5
Pero es gracias a estos primeros trabajos, incluyendo la muy estimable Frankenweenie (ídem, 1984), otro de los proyectos que Burton realiza para Disney, que el director logra llamar la atención de la industria de Hollywood. Enseguida empieza a recibir pequeños encargos con los que, inesperadamente, Tim consigue una asombrosa rentabilidad económica. Su receta para alcanzar el éxito consiste en conjugar su visión personal con los estándares del cine más comercial. Encadenando un taquillazo tras otro con La gran aventura de Pee Wee (Pee Wee’s Big Adventure, 1985), Bitelchús (Beetlejuice, 1988) y, especialmente, con Batman (ídem, 1989), el cineasta californiano alcanza una posición privilegiada —compartiendo honores con otros reyes de la taquilla, como Steven Spielberg, James Cameron o Robert Zemeckis— que le permite involucrarse en producciones más arriesgadas.
Un corazón hecho de galleta: Eduardo Manostijeras
Primavera de 1990. El apabullante éxito de Batman aún está en boca de todos y desata una feroz «batmanía» en todo el mundo, pero Tim Burton no quiere saber nada más de murciélagos ni payasos locos, al menos de momento. Ha sido una experiencia agotadora (su primer blockbuster), frustrante por muchos motivos debido a las injerencias de los productores y la presión de verse en medio del foco mediático, y necesita centrar su mente en un proyecto más íntimo y personal. Suele hacerlo siempre de la siguiente manera: busca bocetos y garabatos realizados por él mismo años atrás, ahora guardados en distintas carpetas y cajones de su escritorio. Va pasando hojas hasta que en uno de aquellos papeles encuentra algo especial. Es un dibujo que hizo siendo adolescente, y muestra a un chico delgado, con el pelo enmarañado (una caricatura del propio Burton), y con la particularidad de tener tijeras en lugar de manos. Al instante, Tim sabe que tiene delante al protagonista de su próxima película, un melancólico cuento de hadas que le permite sacar a la luz sus miedos e inseguridades.
Eduardo Manostijeras no se trata de una película de estudio al uso. De haberlo sido, el resultado no habría sido igual y, con toda probabilidad, no se habría convertido en el film de culto que es considerado hoy en día. La producción se lleva a cabo prácticamente de forma independiente entre Tim Burton, Denise Di Novi (encargada de la dirección de la productora Tim Burton Productions) y la guionista Caroline Thompson, y la idea se vende a Twentieth Century-Fox (tras la negativa de Warner Bros. —estudio que financió los tres primeros y exitosos largometrajes de Burton— argumentando que se trata de un material poco comercial).
Para Tim Burton, uno de los aspectos que más le ilusiona de Eduardo Manostijeras es la oportunidad que se le brinda de poder trabajar de nuevo con quien ha sido su héroe de toda la vida: Vincent Price. Y esta vez no se trata de una narración, como en Vincent, sino que lo dirige delante de las cámaras, en el set de rodaje. Le tiene reservado un papel hecho a su medida. Price encarna a un anciano inventor, aislado en una tétrica mansión en lo alto de una colina, que un buen día decide crear a un ser artificial llamado Edward inspirándose en una galleta con forma de corazón.
Por desgracia, el veterano actor, de 79 años, se encuentra en un estado delicado de salud, y sus apariciones en el film se limitan a unas pequeñas —pero, al mismo tiempo, grandiosas— escenas retrospectivas que forman parte de los recuerdos de Edward. Aun así, Vincent acepta el papel con gratitud y entusiasmo, un papel que refleja el afecto que Burton siente por el actor, quien se ha convertido en su mentor.
«Para Tim, tener a mi padre validando su trabajo creativo era muy importante. Los tres, Tim, Johnny [Depp] y mi padre, conectaron. Ver la cara de Tim cuando estaba dirigiendo a Vincent, el deleite, el amor y el respeto que tenía hacía él, y lo mucho que Vincent aprecia eso… Fue una relación realmente hermosa».
Victoria Price
Tim Burton, Vincent Price y Johnny Depp en el set de Eduardo Manostijeras (1990) |
El ambiente en el plató es inmejorable. Tim, Johnny y Vincent congenian de maravilla, y entre los tres comparten su pasión por las películas de terror romántico que se hacían en los años 30, y que resurgieron con más vida que nunca —y en Technicolor— en los 60. Vincent no tiene dificultad alguna para aprenderse sus líneas y espera ansioso la señal de «¡acción!».
La primera de sus escenas en la película, no obstante, no tiene diálogo alguno y eso la hace más poderosa y enigmática. En ella vemos el ordenado funcionamiento automático de una peculiar y humanizada máquina de hacer galletas. Tras ella aparece Vincent caminando lentamente ayudado por un bastón al tiempo que admira orgulloso los distintos procesos mecánicos de su invento. Es una muestra fantástica de expresividad que nos revela, sin necesidad de apoyarse en líneas de texto, el carácter alegre y bondadoso del Inventor. Al llegar al último paso de la cadena, el anciano alcanza una galleta horneada con forma de corazón y, tras superponerla sobre el pecho de un robot antropomorfo, le surge la idea de crear un ser vivo.
«Crea a Edward de un corazón de galleta. […] es una idea maravillosa, cómica pero muy seria porque es un cuento de hadas. Es un cuento de hadas con una moraleja. […] Esta criatura, Edward Scissorhands, ha sido creada por el anciano por amor. Y el amor puede ser frustrante cuando no está completo».
Vincent Price
Vincent Price como el Inventor |
De igual modo que ocurre con Frankenweenie, en este film podemos encontrar paralelismos evidentes con Frankenstein o el moderno Prometeo, la novela fundacional de la ciencia ficción escrita por Mary Shelley. Aunque, en esta ocasión, el papel del Inventor no se puede considerar como un estereotipo del científico loco. Marcos Marcos Arza lo explica perfectamente en su ensayo sobre la obra de Burton: «El creador de Eduardo, lejos de dedicarse a oscuros y prometeicos experimentos, dedica sus jornadas a la fabricación de galletas con forma de corazón, hasta que un buen día surge en él la necesidad de crear a un ser que supla al hijo que no ha podido tener. De esta forma, las intenciones que mueven al científico están basadas en una de las más radicales necesidades humanas: la descendencia. […] Lo que Burton propone con el personaje de Price es una versión contemporánea de Geppetto, el fabricante de juguetes que crea a la marioneta de madera Pinocho, que posteriormente acabará convirtiéndose en un niño de carne y hueso». Se entiende, entonces, que el Inventor no actúa impulsado por una irrefrenable obsesión de desafiar las leyes de la creación, como si habláramos de un sosias de Victor Frankenstein, sino que trata de mitigar el sentimiento de soledad, consecuencia de pasar tantos años recluido en su mansión/laboratorio.
Al terminar su participación en el rodaje, todos se vuelcan en aplausos hacia Vincent Price. Él sabe que esta película es especial y la siente como su canto de cisne. Victoria Price recuerda que su padre «siempre estuvo agradecido a Tim Burton por haberle proporcionado una última obra tan satisfactoria».
El documental Conversaciones con Vincent
Mayo de 1991. Los días con Vincent en el set de Eduardo fueron pocos pero magníficos, quizás los mejores. Tim quiere hacer algo más, contar con él para un nuevo proyecto. Le debe mucho, más de lo que cualquiera pudiese imaginar. Se le ocurre una gran idea: grabar un documental sobre su vida y obra. Sabe que su amigo ya es mayor y está enfermo, así que este proyecto —que le exige un menor esfuerzo— puede ser viable y, además, sería algo nuevo. Tim nunca antes había hecho un documental. Sería una oportunidad perfecta para crear algo que se centrara exclusivamente en él; un regalo como recompensa por todo lo que Vincent había hecho por él.
«El film dura una hora y consiste, esencialmente, en una conversación que yo tengo con él en una galería de arte. Esta es muy conmovedora porque es el último testimonio filmado de Vincent Price».
Tim Burton
A dicha conversación se unen también el director Roger Corman, quien tuvo la oportunidad de dirigir a Price en multitud de ocasiones durante los años 60, y el productor Samuel Z. Arkoff, quien financió numerosas películas de serie B, entre ellas, varias de las dirigidas por Corman.
El día que Vincent Price cumple 80 años, su mujer, Coral, con quien lleva casado 17 años, se encuentra en su residencia de Los Ángeles tendida en su cama, muy enferma. Lleva luchando un año y medio, aproximadamente, contra el cáncer de mama, y las fuerzas empiezan a flaquearle. Vincent se siente como un extraño en su propia casa, vagando apesadumbrado por los pasillos y tropezando con una procesión constante de enfermeras. Intenta pasar todo el tiempo que puede junto a ella, pero no hay nada que pueda hacer para hacerla sentir mejor. Solo la morfina calma sus dolores.
Dos días después, se dirige a la Vincent Price Gallery en el East Los Angeles College, donde le esperan Tim Burton y su equipo, para comenzar a rodar el documental sobre su vida. Allí, rodeados de obras de arte donadas por el propio Vincent, director y actor se sientan uno frente al otro. Se encienden los focos, se guarda silencio y, a la señal de la claqueta, empiezan a charlar sobre aquello que más los ha unido: el cine.
A lo largo de la mañana de aquel miércoles, el estado de salud de Coral empeora de forma considerable. El asistente personal del Sr. Price, Reg Williams, se apresura a llamar por teléfono a la galería donde se encuentra Vincent, pero le explican que este acaba de marcharse y va camino a casa. A su llegada, tras un satisfactorio primer día de rodaje, Vincent es sorprendido con la más terrible de las noticias: Coral ha fallecido. Ni siquiera han podido despedirse.
Quedan todavía un par de días para dar por terminado el rodaje del documental, y Vincent, a pesar de las trágicas circunstancias, decide cumplir estoicamente con su compromiso. No se encuentra nada bien, como es natural, pero la emoción de participar en un nuevo proyecto (o la ocasión de poder ocupar su mente en otros asuntos que no sean el funeral de su esposa) le aporta un ápice de fuerza para seguir adelante. Al día siguiente regresa al rodaje en la galería de arte y no le cuenta a nadie lo sucedido, a excepción de su amigo Tim Burton.
Burton entrevista a Price para su documental Conversaciones con Vincent (1993) |
25 de octubre de 1993. Vincent Price y su hija, Victoria, pasan la noche en su casa de Los Ángeles viendo un primer montaje en bruto del documental Conversaciones con Vincent, que su amigo Tim Burton comenzó a filmar dos años antes y que aún no ha completado —en esos dos años Tim estuvo bastante ocupado con el desarrollo de Batman vuelve (Batman Returns, 1992) y Pesadilla antes de Navidad (The Nightmare Before Christmas, Henry Selick, 1993)—. A la mañana siguiente, Victoria tiene pensado tomar un avión a Nueva York para reunirse con los editores que publicarán su libro de arte, pero su padre se encuentra realmente mal. Padece párkinson y se le diagnosticó un cáncer de pulmón que rápidamente, en pocos años, le ha ido consumiendo. No cree que sea una buena idea dejarlo en esas condiciones, siente que podría morir en cualquier momento, pero Vincent insiste en que vaya. Victoria se sienta junto a él en un lado de la cama y juntos terminan de ver el documental. El repaso de su vida y obra. La pantalla del televisor se funde en negro, y Vincent exhala su último hálito de vida mientras sostiene la mano de su hija.
«Yo sabía que estaba mal. Había estado mal desde que murió su mujer hasta que terminamos de rodar el documental. Ella lo era todo para él, y quizá hubo un cierto impulso de reunirse con ella. Fue muy triste. Es una pérdida, pues fue una persona increíble que se había entregado totalmente».
Tim Burton
Este es probablemente el primero de los proyectos de Burton que sufre más reveses durante su producción (sin contar el también problemático desarrollo de la cancelada Superman Lives6). Poco después, en 1994, Tim decide retomar el proyecto bajo un nuevo título: A visit with Vincent. Lamentablemente, el documental queda inacabado (como Edward, la creación del Inventor, en lo que supone un romántico paralelismo) y nunca llega a ver la luz. Sumado al fallecimiento de Vincent, surgen otro tipo de complicaciones burocráticas: «Ocurrió algo de lo más extraño. En su momento, tuvimos problemas para conseguir los derechos de los clips [de las películas de Vincent] y ese tipo de cosas y lo dejé estar», explicó Burton con posterioridad.
Vincent, inmortal
«Un hombre cuenta sus historias tantas veces que al final se convierte en las historias. Siguen viviendo cuando él ya no está. Y de este modo, el hombre se hace inmortal». Estas son las bellas palabras que ponen el colofón a Big Fish (ídem, 2003), uno de los films de Burton más aclamados por la crítica y público, y que manifiestan un fuerte sentimiento de arraigo al pasado y nostalgia causada por la pérdida de un ser querido. Un sentimiento que, además, ha estado presente en varias de sus películas. El fallecimiento de Vincent Price, su ídolo, ha sido un duro golpe para Tim Burton y, en su proceso de duelo, necesita alimentar su recuerdo. Se esfuerza en preservar su imagen en la memoria —en la suya propia y en la de los espectadores— del modo que mejor sabe hacerlo: a través del cine.
Su proyecto documental se encuentra totalmente estancado, no hay nada que pueda hacer al respecto. Pero un día, de casualidad, Burton lee un guion firmado por Scott Alexander y Larry Karaszewski que ha llegado a su oficina. Se titula Ed Wood. En un principio el proyecto está pensado para ser dirigido por Michael Lehmann, pero Burton se siente tan atraído por la historia que se empeña en producirla y dirigirla él mismo. Logra conectar con las emociones del protagonista, Edward D. Wood Jr., el proclamado peor director de cine de la historia, y con la relación que este mantuvo con la leyenda del terror Bela Lugosi durante sus últimos años de vida. Ve en ella un reflejo de sus propias experiencias junto a Vincent Price: «Se hizo amigo suyo al final de su vida y, sin saber realmente en qué consistía eso, me identifiqué con ello al nivel en que lo hice con Vincent Price, en cuanto a lo que sentía por él. Conocer a Vincent me impactó increíblemente, igual que le debió pasar a Ed al conocer y trabajar con su ídolo».
La admiración que Ed Wood sentía hacia Bela Lugosi era análoga a la de Tim Burton y Vincent Price |
Con Ed Wood (ídem, 1994), Burton consigue exorcizar su pena y rinde un sincero homenaje al Hollywood clásico, a sus queridas películas de serie B, al cineasta aficionado a los jerséis de angora y a su troupe de actores fracasados que siempre lo acompaña; también a Bela, y, de manera indirecta aunque perceptible, a su amigo Vincent.
«Sabíamos que teníamos una sola oportunidad, así que tratamos de incluir escenas que funcionaran para él a nivel iconográfico o que fueran paralelas a sus relaciones. Intentamos, por ejemplo, hacer hincapié en la relación entre Ed y Bela porque nos recordaba mucho a la relación de Tim con Vincent Price».
Scott Alexander
No cabe duda al respecto de que Sleepy Hollow (ídem, 1999) y Sombras tenebrosas (Dark Shadows, 2012) son, en relación a su escenografía, los títulos burtonianos que mejor reflejan la atmósfera de las clásicas películas de terror británicas. Al estilo de las que Vincent Price hizo durante la década de 1960 o las que producía Hammer Productions con actores de la talla de Christopher Lee. De hecho, este insigne rostro del terror también hizo buenas migas con Burton y obtuvo sendos papeles en las dos mencionadas películas, así como en Charlie y la fábrica de chocolate (Charlie and the Chocolate Factory, 2005) y prestando su voz en Alicia en el país de las maravillas (Alice in Wonderland, 2010).
A la hora de buscar referentes para Sombras tenebrosas, un desafortunado experimento vampírico en forma de comedia que lejos estuvo de ganarse el beneplácito de la crítica, Burton recurre de nuevo a la imagen de Vincent Price. Se trata de un curioso y sutil detalle que, sin embargo, no escapa a la vista de los aficionados más perspicaces. Entre el vestuario de Barnabas Collins, el vampiro protagonista que interpreta Johnny Depp, destacan unas gafas de sol con cristales laterales (que evitan la penetración del más fino rayo solar) con un diseño idéntico al modelo de gafas que Vincent Price luce en la película La tumba de Ligeia (The Tomb of Ligeia, Roger Corman, 1964).
En Sombras tenebrosas, Johnny Depp utilizó unas gafas idénticas a las que llevaba Vincent Price en La tumba de Ligeia (1964) |
Por aquellas fechas, en octubre de 2012, se estrena en cines una nueva versión —más larga y animada mediante la técnica stop motion— de Frankenweenie, el mediometraje que Burton realizó en sus primeros años en Disney. Aunque en su cine es habitual ver ciertos signos y esquemas que se reiteran, con esta película el director se adentra por vez primera —y de momento única— en el terreno del autoremake. Un término que, de solo pronunciarlo, a muchos cinéfilos les produce sarna en la piel, pero que constituye una especie de experimento con el que se han atrevido muchos cineastas, incluyendo grandes maestros, como Alfred Hitchcock y Howard Hawks. Saliendo, además, bien parados con la experiencia.
Esta nueva Frankenweenie (ídem, 2012) es, como tantas otras películas de Burton, una mirada nostálgica a su yo del pasado, a sus recuerdos más remotos de infancia. Regresa a las urbanizaciones residenciales de Burbank, a las películas de monstruos, al blanco y negro. Se reencuentra con muchos de sus amigos con los que hacía largos años que no trabajaba: Winona Ryder, Martin Landau, Catherine O'Hara, Conchata Ferrell, Martin Short… Pero, aun con todos ellos allí presentes, continúa habiendo una dolorosa ausencia. Hay alguien que no puede faltar a esta reunión, del modo que sea. Tim conserva aún muy vivo el recuerdo de Vincent y decide «resucitarlo» (expresión muy apropiada si tenemos en cuenta que la película en cuestión trata precisamente sobre traer a los muertos de vuelta a la vida) por medio de la imagen de un excéntrico profesor de ciencias, el señor Rzykruski.
La elegancia y los rasgos de Vincent Price sirvieron de modelo para diseñar el aspecto del señor Rzykruski |
Los gestos de admiración y respeto que muestra Victor Frankenstein, el niño protagonista del film, hacia su profesor de ciencias nos resultan, naturalmente, muy familiares. ¿Acaso no es sino el reflejo de los mismos sentimientos que Burton profesó en su día hacia la persona de Vincent Price? En efecto, así es. Burton vuelve a transmutarse en uno de sus personajes como ya hiciera en Vincent o en Eduardo Manostijeras y, con ello, devuelve también la vida a su maestro y mentor, reencarnado en la figura del señor Rzykruski. El diseño del personaje se construye a imagen y semejanza de Vincent Price, tomando como base sus rasgos estéticos más característicos: una figura esbelta de facciones muy pronunciadas, ojos penetrantes, porte elegante y, adornando su labio superior, un fino bigote que le añade su habitual aire aristocrático.
El final de Frankenweenie nos remite un valioso y aleccionador mensaje acerca de la fase de aceptación tras la pérdida de nuestros seres queridos (ejemplificada en la película con el fallecimiento de las mascotas de los niños) como un proceso natural más que todos experimentamos en nuestras vidas. Pero, a juzgar por los ocasionales guiños y referencias rastreables en la filmografía burtoniana tras la muerte de Vincent, Tim parece dar a entender que no está del todo preparado aún para dejar marchar a su amigo.
«Seguiré actuando hasta que me muera. Tendrán que enterrarme antes de que me retire, e incluso entonces, en mi lápida se leerá: “Regresaré”».
Vincent Price
No sabemos si, algún día, Tim Burton se decidirá a dejar marchar definitivamente a Vincent, conservándolo únicamente en sus más íntimos y preciados recuerdos, o si, por el contrario, persistirá en traerlo de vuelta una vez más en alguna de sus películas. Manteniéndolo «vivo» a través de sus historias, como se cuenta en Big Fish; dotándolo de una cierta inmortalidad. ⬥
1 | Aunque cueste creerlo, no se ocultaba una intención perversa bajo todo aquello. «Sí, tapiaron las ventanas supuestamente por un tema de aislamiento. […] Decían que las ventanas dejaban entrar demasiado aire. Supongo que por eso siempre me he identificado tanto con Edgar Allan Poe, que escribió varias historias sobre el tema de ser enterrado vivo», recordaba Burton con humor. ↩ |
2 | Lo que puede llamar la atención de los fans de sus películas de Batman. El propio Burton reconoce tener dificultades para seguir la narrativa de los cómics: «La razón por la que nunca he sido un fan del cómic —y creo que eso comenzó cuando era niño— es que nunca sabía cuál era la viñeta que se suponía que tenía que leer. Por eso me encantó La broma asesina, porque, por primera vez, podía saber cuál leer. Es mi favorito». ↩ |
3 | Esta escena tan propia de películas de terror en la que el protagonista se adentra en una atmósfera lúgubre y misteriosa, deteniendo sus pasos a las puertas de una gran mansión, ha sido recreada en multitud de ocasiones en la filmografía de Tim Burton. Por ejemplo, la visita de Peg Boggs a la mansión del Inventor en Eduardo Manostijeras, la llegada de Ichabod Crane al pueblo en Sleepy Hollow y, más detalladamente, al comienzo de Sombras tenebrosas. ↩ |
4 | Es cierto, entonces en Disney no lo tenían nada claro, y el proyecto quedó en estado de hibernación, oculto en los polvorientos sótanos durante aproximadamente diez años. Sería ya en la década de 1990 cuando el proyecto volvería a ponerse en marcha, esta vez con Burton como productor y Henry Selick dirigiendo el film, que, además, sería un largometraje animado en stop motion con varios números musicales compuestos por Danny Elfman. ↩ |
5 | Hansel and Gretel fue casi una leyenda urbana hasta que un usuario subió una copia pirata a YouTube en 2014. Después, el mediometraje, acompañado de la introducción de Vincent Price, se proyectó en The World of Tim Burton, una serie de exposiciones sobre la obra del cineasta que recorrió distintas ciudades del mundo. No fue el caso de Vincent, que acompañó al estreno de Tex (ídem, Tim Hunter, 1982) durante dos semanas en un cine de Los Ángeles y, años después, fue incluido como contenido extra en la edición en DVD de Pesadilla antes de Navidad. ↩ |
6 | Puedes conocer todos los detalles de esta producción viendo el documental The Death of Superman Lives: What Happened? (Jon Schnepp, 2015). ↩ |
Bibliografía
LIBROS Y ENSAYOS EN INGLÉS
Price, V. (1999). Vincent Price: A Daughter's Biography. Nueva York, Estados Unidos: Martin's Press.
Woods, P. A. (2002). Tim Burton. A Child's Garden of Nightmares. Londres, Reino Unido: Plexus Publishing Limited.
LIBROS Y ENSAYOS EN ESPAÑOL
Arza, M. M. (2010). Tim Burton. Madrid, España: Ediciones Cátedra.
August. J. (2004). Big Fish. Guion cinematográfico. Madrid, España: Ocho y medio, libros de cine.
García, I. (1998). Tim Burton: El universo insólito. Valencia, España: Editorial Midons.
Nathan, I. (2016). Tim Burton. Genio y obra de un icono del cine. Barcelona, España: Editorial Planeta (Libros Cúpula).
Panadero, D. G., Parra, M. A. (2019). Tim Burton: Simios, murciélagos y jinetes sin cabeza. Edición ampliada. Madrid, España: Diábolo Ediciones.
Pastor, D. (2018). Los mundos de Tim Burton. Luces y sombras, mitos y leyendas. Palma de Mallorca, España: Dolmen Editorial.
Salisbury, M. (2006). Tim Burton por Tim Burton. Edición ampliada y revisada. Barcelona, España: Alba Editorial.
REVISTAS
Film Threat núm. 19 (diciembre de 1994).
The Disney Channel Magazine (octubre de 1983).
DOCUMENTALES
(1993). Biography: Vincent Price. A&E.
(2002). Hollywood Backstories: Edward Scissorhands.
SITIOS WEB
Carver, S. (14 de febrero de 2014). “‘He wants to be just like Vincent Price’: Influence & Intertext in the Gothic Films of Tim Burton” en Ainsworth & Friends.
Knowles, H. (19 de octubre de 2006). “Harry Interviews Tim Burton - Nightmare Before Christmas 3D, Vincent Price, Stop Motion, Geek Love, Sweeney Todd and lots more!!!” en Ain't It Cool News.
Oliver, M. (26 de octubre 1993). “Veteran Actor Vincent Price Dies at 82” en The New York Times.
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